El género del fin del mundo: aportes de la investigación feminista por la paz ante el mantropoceno

ITZIAR MUJIKA CHAO

Euskal Herriko Unibertsitatea / Universidad del País Vasco (UPV/EHU), España

Title: The Gender of the End of the World: Contributions of Feminist Peace Research in the Manthropocene*

Resumen: El debate del denominado Antropoceno se ha caracterizado por una mirada androcéntrica, pese a que diversas perspectivas feministas como los ecofeminismos o los nuevos feminismos materialistas lleven años realizando aportes sobre la sostenibilidad ecológica y planetaria. Este artículo explora los posibles aportes que se pueden realizar desde la investigación feminista por la paz a este debate, incluyendo así en los análisis feministas sobre la sostenibilidad de la vida en el planeta una mirada crítica en torno a los conflictos y el militarismo.

Palabras clave: Antropoceno, Género, Feminismos, Investigación Feminista por la Paz.

Abstract: The so-called Anthropocene debate has been characterized by an androcentric gaze, despite the fact that feminist perspectives such as ecofeminisms or new materialist feminisms have been making contributions on ecological and planetary sustainability for years. This article explores the possible contributions that Feminist Peace Research can make to this debate, thus including a critical analysis on conflicts and militarism on the debates regarding the sustainability of life on the planet.

Keywords: Anthropocene, Gender, Feminisms, Feminist Peace Research.

Para citar este artículo/To cite this article: Itziar Mújika Chao, <<El género del fin del mundo: aportes de la investigación feminista por la paz ante el mantropoceno>>, Revista de Estudios en Seguridad Internacional, Vol. 7, No. 1, (2021), pp. 45-60. DOI: http://dx.doi.org/10.18847/1.13.5

Introducción

If feminism is taken seriously, then most philosophical discussions of peace must be updated, expanded and reconceived in ways which centralise feminist insights into the interrelationship between women, nature, war and peace’

(Warren & Cady, 1994: 5)

El feminismo lleva décadas analizando los problemas y las características centrales de los conflictos del denominado Antropoceno, fijándose en el impacto de los humanos, “en particular de los hombres, sobre la naturaleza” (Grusin, 2017b: x) y sobre las mujeres y demás identidades subversivas. Sin embargo, las discusiones en torno al Antropoceno y a la sostenibilidad planetaria no han introducido la igualdad de género – o la centralidad del género – en su análisis, ni parece que entienden ésta como una dimensión central de los fundamentos sociales y políticos y de los límites del espacio justo y seguro de la humanidad (Mehta y Leach, 2019). En este sentido, las perspectivas feministas –en toda su variedad– ofrecen alternativas liberadoras y rebeldes ante la oportunidad de expansión del concepto de Antropoceno y las principales categorías que lo componen (Ebron & Tsing, 2017: 683).

Kate Raworth (2014) adelantó hace años que el Anthropocene Workin Group, el selecto grupo de científicos encargado de determinar la entrada del planeta en esta nueva era, no sólo estaba única y exclusivamente compuesto por hombres, sino que, además, representaba la imagen del hombre blanco occidental. Así, redefinía el concepto de Antropoceno como Mantropoceno[1], en un intento de redirigir el conjunto de análisis en torno a las causas y factores que han provocado este cambio de era, así como la investigación sobre sus consecuencias y posibles escenarios de cara al futuro. Dejaba así de manifiesto la realidad que venían describiendo desde los feminismos: que se trata de una ciencia androcéntrica, patriarcal y reduccionista y llena de asunciones mecanicistas (Shiva, 2019). El Antropoceno tiene significados diferentes en y para comunidades diferentes, en base a diferencias sociales, geopolíticas, culturales, de género, clase y/o raza, entre otras (Raworth, 2014). En este sentido, el fin del mundo, tal y como lo prevén diversos teóricos, no está por llegar, sino que ha llegado ya para muchas comunidades (Williams, 2019) –y especies más allá de la humana– en diferentes contextos (Torrent, la presente monografía).

Las situaciones de conflictos enquistados y de destrucción masiva de recursos naturales son, entre otras, las que llevan a un profundo cuestionamiento de la viabilidad de la vida. Estos, además, no son sólo una constante a nivel planetario, sino que están incrementando: el gasto militar por parte de los estados aumenta sin cesar, llegando a niveles máximos en los últimos años (SIPRI, 2020). No sólo los conflictos o la devastación de recursos naturales, sino también el aceleramiento de la globalización capitalista, la cual permea todos los espacios de la cotidianidad del funcionamiento global, ponen en entredicho el desarrollo de la vida –entendida ésta en su sentido más amplio–. En la última década, el concepto de resiliencia, por ejemplo, ha tomado fuerza, convirtiéndose en clave para la gobernabilidad planetaria (Evans & Reid, 2014) y poniendo en el centro del discurso la necesidad de vivir en el conflicto, la desposesión y las situaciones extremas.

Entre las perspectivas feministas que se han involucrado en el debate del denominado Antropoceno se encuentran, por ejemplo, aquellas que ponen en entredicho la idea de cercanía del fin del mundo, ya que este final ha llegado ya para muchas comunidades como consecuencia del aceleramiento de la globalización y del neocapitalismo global. Se trata en gran medida de perspectivas ecofeministas, las cuales llevan advirtiendo sobre las catastróficas consecuencias de la explotación de la naturaleza desde la década de 1960 (Williams, 2019; Carson, 1962; Merchant, 1980; etc.). En este sentido, existen también desde la década de 1980 los numerosos aportes realizados desde los feminismos materialistas y más recientemente del denominado nuevo feminismo materialista (new materialist feminism), los cuales apuntan hacia las relaciones con las especies no humanas y los objetos materiales (Asberg & Braidotti, 2018; Braidotti, 2002; Haraway, 2008; etc.). Si bien las contribuciones desde los feminismos ante el debate del Antropoceno son consistentes en el desarrollo de “una actitud crítica frente a un discurso basado en la autoridad masculina de la tecnociencia” y han llevado a la construcción de “una genealogía feminista que habría ido adelantándose a la manera antropocénica de concebir las relaciones entre humanos y no humanos, entre tecnología y naturaleza” (de Cózar Escalante, 2019: 63), este texto parte de la idea de que estas visiones feministas no necesariamente centralizan en sus contribuciones el incremento de la conflictividad y el militarismo en la era del denominado Antropoceno – o, como ya se ha identificado, el Mantropoceno[2].

Con el fin de realizar un guiño hacia un posible cambio de dirección en este debate, este texto pretende explorar las contribuciones de la investigación feminista por la paz o feminist peace research (IFP/FPR), principal ámbito de estudio feminista que enfoca su creciente corpus en torno a los conflictos – entendidos éstos desde una perspectiva amplia  –, al debate sobre la sostenibilidad de la vida en el planeta. Las contribuciones de la IFP/FPR se han centrado, en gran medida, en el análisis de los conflictos armados y las guerras, así como el militarismo o la construcción de la paz en contextos de posconflicto. Estas perspectivas han ofrecido claridad en torno al género como elemento central en el establecimiento de relaciones de poder que caracterizan estos procesos (Gyles & Hindman, 2004; Mendia, 2014; Naraghi-Anderlini, 2007; Ní Aoláin, Haynes & Cahn, 2011; etc.), así como también como precursor de los propios conflictos (Cockburn, 2010). Más allá, desde la IFP/FPR se ha profundizado también en las dinámicas de la violencia cotidiana (Hëdstrom, 2019; Thapar-Björkert, Samelius & Sanghera, 2019, etc.), las diversas formas y roles de construcción de paz que las mujeres llevan a cabo pueden adquirir (Cockburn, 2007; Duncanson, 2016; El Bushra, 2007; Magallón, 2006; Naraghi-Anderlini, 2007; etc.), o la diversidad de relacionarse entre actores globales y organizaciones de mujeres y activistas feministas (Martín de Almagro, 2018), por ejemplo. Teniendo en cuenta este creciente ámbito, me centraré en este texto en identificar las posibles contribuciones que se podrían realizar desde la IFP/FPR ante el incremento de la conflictividad, la explotación de los recursos naturales y la gestión de las políticas globales desde los posibles espacios que comparte con los ecofeminismos y los feminismos materialistas, hacia una comprensión conjunta en torno al denominado Mantropoceno.

Así, la primera parte de este trabajo se centrará en las contribuciones de los ecofeminismos y los nuevos feminismos materialistas en relación a los binomios que facilitan la construcción patriarcal de los imaginarios relacionados con los conflictos y la explotación de los recursos naturales, los cuales, se argumentará, están atravesados por el género y, en este caso, también por el binomio hombre-mujer. En la segunda parte se realizará una breve síntesis de los posibles aportes de la IFP/FPR en este debate, con el fin de identificar intersecciones con las contribuciones que se realizan desde los ecofeminismos y las perspectivas feministas materialistas.

Las diversas formas de permeabilidad del patriarcado

Nuevas formas de producir violencia y destrucción han creado diversas crisis superpuestas (Ahmed, 2019) que, a su vez, han llevado a definir la era global actual como única, caracterizada por la destrucción del planeta y la amenaza a la sostenibilidad de la vida. Se trata de una era que supone una seria amenaza para el bienestar global (Mehta y Leach, 2019) y la supervivencia tanto de la especia humana como de las diversas formas de vida no humanas. Sin embargo, esta visión catastrófica de la durabilidad de la vida en el planeta obvia los factores que han llevado a dicha situación: los cambios ecológicos, la pobreza y las desigualdades globales, que a su vez están acentuándose cada vez más, afectando de forma particular y exponencial a más de una tercera parte de la población mundial (Mehta y Leach, 2019).

Ante las fatales consecuencias provocadas por el entramado conflictos-recursos naturales, desde la Teoría Feminista se han realizado diversas contribuciones que dejan entrever cómo éste está directamente atravesado por sistemas y relaciones de poder basadas en el género. Por ejemplo, uno de los principales factores que se obvia es que, en la gran mayoría de los casos, la población en riesgo está compuesta mayormente por mujeres, y que esta situación extrema es consecuencia directa de los diversos eslabones tanto internos como externos de la maquinaria global del capitalismo neoliberal, sostenida por los sistemas de producción y reproducción de los dispositivos de poder basados en el género, la raza o la clase, entre otros. En este sentido, una de las claves principales es la centralidad que durante siglos ha adquirido –o se ha atribuido a– la vida humana en el planeta, la cual se ha apoyado, en gran medida, en los mismos ejes que sostienen al sistema capitalista neoliberal. La centralidad de éste, junto con la centralidad de la humanidad y los sistemas de poder sobre los cuales se basa su desarrollo, han configurado desde hace siglos diversos tipos de relaciones destructivas, las cuales identifica María Mies[3] (2019):

Todo está ahí: la guerra es el padre de todas las cosas, de todas es el rey. Él ha creado el mundo y por lo tanto es quien lo gobierna. Esto significa que quien mata es el creador y el rey sobre humanos y no humanos. La guerra es el principio de la vida en la Tierra. La guerra también crea el orden social patriarcal y jerárquico de este mundo, que no puede cambiarse: cuando eres esclavo, lo eres para siempre; cuando eres un dios, lo eres para siempre; cuando las mujeres son sometidas por los hombres, lo son para siempre. Ésta es la ley de hierro de nuestra civilización patriarcal todavía en la actualidad. Y el secreto de esta civilización no es una inteligencia o creatividad superior, sino la violencia. El hombre-guerrero necesita armas cada vez más destructivas para mantener su soberanía sobre todas las cosas y sobre la vida en la Tierra. Sólo matando a la Madre Tierra puede demostrar que él es el verdadero Padre y Rey.

Mies demuestra cómo se han establecido diferentes tipos de relaciones que se ven configuradas por el género como sistema central –que no único– de poder y explotación y que han llevado, en su conjunto, al planeta a una situación catastrófica.

Ante esta situación, desde la década de 1960 han sido dos las corrientes o giros feministas centrales que han realizado aportes clave para la comprensión de la unión entre la conflictividad y la escasez de los recursos humanos, así como sus consecuencias: los ecofeminismos, entendiendo éstos desde su visión más amplia e incluyendo bajo su estela a diversos posicionamientos, como pueden ser la ecología política feminista, por ejemplo[4]; y el nuevo materialismo feminista.

Pese a que las contribuciones feministas más recientes en torno al giro antropocénico pongan en el centro del debate la falta de perspectiva de género de éste y la invisibilidad de las mujeres o las relaciones de poder basadas en el género, lo cierto es que “el Antropoceno es una reiteración sorprendentemente resonante” con las contribuciones de la teoría feminista (Grusin, 2017: x), la cual lleva realizando una lectura crítica del Antropoceno desde hace décadas. Estas contribuciones, aunque casualmente ignoradas por los principales teóricos del Antropoceno, comenzaron a realizarse con las primeras contribuciones en el marco del denominado ecofeminismo (Carson, 1962; Mies y Shiva, 2016; Plumwood, 1993; etc.).

El concepto de Antropoceno ha estado posiblemente implícito en el feminismo y la teoría queer durante décadas, una genealogía que en gran medida es ignorada o, peor aún, borrada por la autoridad masculina de un discurso científico institucional que ahora busca nombrar nuestro momento histórico actual como el Antropoceno. De la misma manera, las feministas han argumentado durante mucho tiempo que los humanos están dominando y destruyendo una tierra feminizada, convirtiéndola en reserva permanente, capital o recurso natural con fines devastadores. (Grusin, 2017: viii-ix).

Ya desde las contribuciones iniciales del ecofeminismo, por ejemplo, se identificaron los binomios estructurales que justifican la opresión de las mujeres y de la naturaleza, los cuales se erigen bajo la dominación masculina. Desde los inicios de esta perspectiva se defendía que se trataba del “único marco político” que podía “detallar los vínculos históricos entre el capital neoliberal, el militarismo, la ciencia corporativa, la alienación de los trabajadores, la violencia doméstica, las tecnologías reproductivas, el turismo sexual, el abuso de menores, el neocolonialismo, la islamofobia, el extractivismo, las armas nucleares, los tóxicos industriales, el acaparamiento de tierras y agua, la deforestación, la ingeniería genética, el cambio climático y el mito del progreso moderno” (Salleh, 2014: ix). Desde la década de 1980 y desde nuevas perspectivas feministas materialistas –las cuales beben también de los estudios feministas sobre la ciencia, el movimiento anticolonial, ecologista, animal o el de justicia social (Asberg, Thiele & van der Tuin, 2015: 148) se reivindicaba también la necesidad de prestar atención a las consecuencias de la explotación masiva de recursos naturales y la dominación de las especies no humanas. Dentro del giro materialista, el cual realiza “una invitación a volver a dirigir nuestra atención al mundo material; sumergirse en sus formas vibrantes; pensar de nuevo sobre las múltiples formas en que los animales humanos encuentran, son afectados por, responden, destruyen, dependen y generalmente están imbricados con la materia, y asumir una postura crítica explorando las peligrosas formas en que la materia se reconfigura y distribuye” (Coole, 2013: 468), las contribuciones feministas han subrayado cómo las relaciones de poder de género atraviesan también esta comprensión. Ya en 1985 Donna Haraway proponía poner atención en las relaciones entre lo humano y lo no humano, la cultura y la naturaleza como entes inextricablemente entrelazados, advirtiendo de que cualquier intento de dominación dentro de o entre cualquiera de ellos provocaría consecuencias perversas (1985).  Haraway (2016) dota al mundo, a través de su obra, de diferentes artefactos feministas alternativos que permean hacia nuevos futuros más manejables (Glabau, 2017: 542). Dirige la mirada a la reproducción de las normas que perpetúan el género, la raza o las diferentes especies como entramados de poder interrelacionados, y propone identificar los objetivos de estos entramados con el fin de imaginarlos de forma diferente. El nuevo feminismo materialista reconoce lo no humano o nonhuman y su agencia, así como los diversos tipos de relaciones que se pueden dar entre la humanidad y lo no humano (Alaimo, 2009; Asberg, Thiele & van der Tuin, 2015:  149). En este marco, Rosi Braidotti propone cuatro tesis feministas para el antropoceno (2017): primero, que el feminismo no es sinónimo de humanismo, sino que el feminismo es posthumanista; segundo, que el Anthropos debería alterar también hábitos; tercero, que la vida en un sentido vitalista, debería ser el factor principal a través del cual pensemos en torno a lo no humano; y, cuarto, que la sexualidad es un factor más fuerte que el género y que por lo tanto debería conceptualizarse como fuerza vital.

La extensa obra ecofeminista nos conduce de forma directa a los elementos que permean no sólo los conflictos y las dinámicas de extracción, explotación y dominación que han llevado al mundo al giro antropocénico; y el feminismo materialista nos advierte de que este giro lo atraviesan también las visiones y comprensiones materialistas, pero sobre todo humanas. En este sentido, ambas perspectivas se refuerzan mutuamente. El patriarcado y las relaciones de poder basadas en el género configuran los pilares centrales de estas visiones, los cuales han permeado, desde hace siglos, todo tipo de relación tanto extraordinaria como ordinaria a nivel global: los conflictos y/o las guerras, la naturaleza y su tratamiento por parte de la raza humana, o la propia construcción de la paz, por ejemplo. En un contexto global en crisis, los binomios patriarcales se hacen cada vez más visibles. A través del binomio masculino femenino se ha organizado el capitalismo mundial, incluso la forma de relacionarse con la Tierra, y efectivamente, también los propios conflictos.  No en vano se ha utilizado el término de ‘madre tierra’ de forma despectiva, afianzando su feminización. Las relaciones de poder basadas en el género se articulan a través de binomios dicotómicos –natural-social/cultural, paz-conflicto (violencia/guerra), hombre-mujer etc.–, a través de la feminización y la masculinización de éstos y atribuyendo, consecuentemente, características tradicionalmente atribuidas a hombres y mujeres. El desarrollo de estos binomios afecta no sólo la comprensión –y, por lo tanto, la gestión– de los conflictos, sino también de la naturaleza, y por lo tanto, del Antropoceno y los retos que se han identificado en este contexto. Tomando como punto de partida la fotografía que realiza Mies (3-4), así como también las diversas contribuciones realizadas desde perspectivas feministas, pueden identificarse dos binarios dicotómicos centrales atravesados por la dicotomía femenino – masculino / mujer – hombre, la cual compone el eje central operativo y divisorio del género como estructura de poder, basándose en la dominación de lo masculino sobre lo femenino, y por lo tanto, de los hombres sobre las mujeres[5].

A través del binomio natural-social/cultural se ha materializado la feminización de la naturaleza y la masculinización de la sociedad o lo social, entendiendo como naturaleza la “materia muerta lista para ser explotada”, mientras se define a la(s) mujer(es) “como pasiva, como no creativa y no productiva” (Shiva, 2019), es decir, como ente potencialmente explotable. La concepción explotable tanto de las mujeres como de la naturaleza, así como la comprensión de la naturaleza como mujer, madre y cuidadora trae consigo un bagaje cultural y normativo que constriñe las relaciones entre lo humano y lo natural. Desde el feminismo materialista se ha cuestionado en qué medida esta visión de la naturaleza es un “espacio indomesticado” y hasta qué punto su definición es un cuestionamiento cultural y discursivo (Alaimo, 2018: 47-48). En este sentido, se hace referencia también al concepto de naturcultures (Haraway, 2016), en referencia a la diversidad de entramados o entrelazamientos que existen y que pueden darse entre lo natural y lo social. A pesar de la diversidad de relaciones que pueden darse entre lo natural y lo cultural, esta concepción tradicional y patriarcal de la naturaleza se basa en el abuso y la misoginia, especialmente cuando se refiere a los recursos naturales o ecosistemas que sirven para el consumo humano, en vez de para su cuidado (Burke & Fishel, 2020: 38).

Por su parte, el binomio paz-violencia se ha estructurado a través del imaginario patriarcal de mujeres pacíficas y hombres violentos, cuyo cuestionamiento y desmitificación es uno de los principales aportes que se ha realizado desde los feminismos –en este caso sobre todo desde la IFP/FPR–, así como la exploración de las diversas situaciones que se pueden dar dentro del espacio poroso entre la paz y la violencia. Una de las principales contribuciones al respecto es que el fin de la violencia no significa el inicio de la paz, y que, efectivamente, lo que se identifican como violencia y como paz responden a nociones políticas, sociales y culturales específicas, las cuales no corresponden a las vivencias y experiencias de las mujeres y otras identidades disidentes.

A través de los binomios mencionados, la dominación de las mujeres se ha relacionado con la dominación de la naturaleza, siendo la violencia el eje vertebrador de ambos sistemas de dominación. Se trata de una desposesión agencial a la cual se ha sometido tanto a la naturaleza como a las mujeres, en base a la construcción patriarcal de la sociedad o, como afirmaría Mies, de la civilización (2019). Más allá, se trata de una desposesión agencial y materialización de lo identificado como no-humano y, por lo tanto, como sujeto al control humano. A través de la otrorización se invalida y domina el binomio subyugado –natural, paz, mujer– y se articula la destrucción: aquellas personas/especies que no responden a la definición estándar de masculinidad hegemónica son personas/especies ‘otras’, que se convierten en explotables. En este sentido, “la imaginación de lo humano ha engendrado —y tal vez esté destinada a engendrar— retratos esencialistas, reduccionistas u homogeneizadores del ser humano, por no mencionar formas inadecuadas de interdisciplinariedad” (Sideris, 2016: 93). Aquello que se desconecta de lo social masculino, como la naturaleza o como la tierra, se ha convertido en recurso de explotación siglos atrás (Ahmed, 2019), así como también otras especies que habitan en la tierra y que no se identifican como pertenecientes a la raza humana. En este sentido, y tal y como afirma Donna Haraway, “reproducir las jerarquías, exclusiones y explotaciones del presente y del pasado cercano no nos ayudará a lidiar con el cambio climático y la extinción de las especies a gran escala con los cuales nos estamos encarando”, ya que “estos problemas se han producido, al menos en gran parte, por las formas económicas capitalistas que se basan en y que perpetúan las denominadas relaciones tradicionales de la familia” (Glabau, 2017: 542), si bien estas relaciones tradicionales están vertebradas por el patriarcado y las estructuras de género.

Así, las contribuciones –o, más bien, intervenciones– feministas en torno al Antropoceno proponen “considerar cómo la creación de futuros ya está sucediendo” (Glabau, 2017: 548). Sin embargo, tienden a obviar la guerra como “el síntoma más visible de los síntomas del Antropoceno” (Ahmed, 2019: 69). Ante la inminente presencia de la crisis planetaria, el foco se ha centrado, mayormente, en la planificación y el diseño de propuestas y medidas que retrasen el retroceso ambiental mundial. En este abanico de propuestas, las consecuencias de los conflictos y las guerras son un elemento más en la ecuación, pero no necesariamente se trata de elementos centrales. Los aportes en el seno de los nuevos feminismos materialistas no articulan los conflictos y las guerras, sus características y/o consecuencias como centrales en este debate. La tradición ecofeminista, aunque acercándose más al análisis de los conflictos, se ha centrado en la degradación planetaria, la explotación exagerada de los recursos naturales o la relación entre lo social y lo natural, pero tampoco ha dotado de centralidad a los conflictos y a sus consecuencias en torno a la sostenibilidad medioambiental y planetaria[6]. Por lo contrario, se puede apreciar en la investigación feminista por la paz una centralidad en los conflictos, las guerras y sus consecuencias a través de lentes de género; sin embargo, no ha centralizado en sus debates las consecuencias globales de la degradación de la naturaleza. Ante esta encrucijada, en este texto se pretende realizar una aproximación inicial dirigida a la rearticulación de este vacío tomando como base las posibles contribuciones que se podrían hacer desde la IFP/FPR.

La investigación feminista por la paz: aportes ante los diversos conflictos en el (M)antropoceno

La IFP/FPR ofrece la posibilidad de observar el giro antropocénico desde una perspectiva feminista atravesada por los conflictos y el militarismo, uno de sus ejes característicos y centrales y que, sin embargo, no ha constituido una preocupación central de la crítica feminista ante éste. Adquiere centralidad el concepto de paz, entendiendo ésta desde una comprensión amplia, actualizada y expandida –en comparación con el concepto de paz patriarcal–, con el fin de que “centralice las ideas feministas sobre la interrelación entre las mujeres, la naturaleza, la guerra y la paz” (Warren & Cady, 1994: 5).

La IFP/FPR ha expuesto, desde hace décadas, las formas en las que el género se entrecruza con las dinámicas de los conflictos y las guerras, el militarismo y la (re)construcción de la paz[7]. No existe una definición única en torno a lo qué es la IFP/FPR ni cuáles son o deberían ser sus objetivos. Sin embargo, se puede definir como investigación feminista en torno a la paz y la violencia, con el fin de identificar los dispositivos que hacen de ambas acciones dinámicas automáticas y destructoras y que se (re)constituyen a través de diversas relaciones de poder como pueden ser el género, la clase, la raza, la etnia, etc. En este sentido, la IFP/FPR dirige la mirada hacia todas las relaciones de poder –no sólo el género–, incluso las que se pueden crear y reproducir dentro de los propios feminismos. La IFP/FPR identifica la paz y la violencia como “espectros” continuamente “interrelacionados” (Boulding, 2000) más que como categorías analíticas independientes. Así, algunas de las preguntas que han caracterizado su desarrollo son las siguientes:

¿Consiste la paz en descubrir dimensiones ocultas y normalizadas de la violencia estructural, simbólica o de otro tipo? ¿Se trata de estrategias para reducir el conflicto social o político (una condición quizás necesaria para la existencia humana)? ¿Es la adopción de un marco onto-epistemológico para estudiar las condiciones de la existencia humana moderna y los desafíos que enfrenta? ¿O se trata de la promesa de la paz (diferida) en sí misma? (Wibben et al. 2018: 6).

En este sentido, se puede identificar un proceso de expansión y profundización en la IFP/FPR. Si bien durante décadas uno de sus principales ejes ha sido el análisis de los conflictos y sus consecuencias para las mujeres, así como sus diversos roles en los conflictos y la construcción de paz, desde la década de 1990 se produjo un primer esfuerzo de profundización a través de la incorporación del concepto de género a dicho análisis. Este giro no sólo trasladó al centro del análisis feminista las relaciones de poder basadas en el género, sino también la utilización de las masculinidades y feminidades hegemónicas como movilizadoras tanto en contextos de paz como de conflictos. La década de 2010 ha introducido a la investigación feminista por la paz en una fase de expansión, caracterizada por la ampliación en el temario inicial. Uno de los aspectos que están caracterizando esta ampliación es el cruce entre los conflictos y los recursos naturales, pese a que se trate aún de una unión reciente. Las preguntas centrales que se pueden identificar en la IFP/FPR, pese a que en un principio hacen referencia a la “existencia humana” (Wibben et al. 2018: 6), también hacen referencia a los retos a los que ésta se enfrenta, donde precisamente tienen cabida tanto el giro antropocénico como las ideas principales que emanan desde los ecofeminismos y los nuevos feminismos materialistas en la IFP/FPR.

Por lo tanto, se identifica la IFP/FPR en su sentido más amplio, teniendo en cuenta aportes de otras disciplinas y ámbitos de estudio, y a través de una comprensión de la paz en su sentido positivo: no sólo en términos humanos, sino también abarcando lo material e inmaterial, así como lo no humano, y situándose así en el último giro que se ha identificado previamente en la trayectoria de la IFP/FPR (Hardt, la presente monografía). Al fin y al cabo, “permanecer con el problema” (Haraway, 2016) no supone únicamente poner el foco en un ámbito en concreto, en este caso o en la degradación de la naturaleza y los recursos naturales, o en las guerras y el militarismo, así como sus consecuencias, sino en aunar diversas perspectivas a través de sus fortalezas y de la estrecha relación que comparten en cuanto a los principales modos de dominación a nivel global.

Se pueden identificar cuatro espacios de aproximación iniciales entre la IFP/FPR, los ecofeminismos y los nuevos feminismos materialistas: el cuestionamiento del concepto de protección; la representación de las mujeres e identidades otras o disidentes en la gestión y la planificación de toma de decisiones; la centralización de la agencia y el activismo de las mujeres e identidades otras o disidentes a nivel global y de forma específica en contextos de degradación medioambiental y conflictos enquistados; y la identificación del concepto y la práctica de la paz desde una perspectiva amplia estrictamente positiva.

Protección y cuerpos. Los roles del hombre protector y de la mujer en necesidad de ser protegida es una de las características que potencia la centralidad del patriarcado en los conflictos. En base a este binomio se configuran los roles de género tradicionales en los conflictos, y que, desde la década de 1980, se vienen contestando desde los feminismos. Precisamente uno de los principales aportes que se ha realizado en este sentido desde la IFP/FPR es que tanto las mujeres como los hombres pueden adquirir diversos roles en estos contextos, más allá de los tradicionalmente atribuidos a las identidades hegemónicas masculinas y femeninas. Más allá del debate en torno a quién protege a quién, la IFP/FPR se ha enfocado también en las violencias contra los cuerpos de las mujeres, así como su agencia: ¿Cómo son utilizados los cuerpos de las mujeres en los conflictos? ¿Qué tipos de violencias se ejercen contra éstos? ¿Cuáles son los objetivos y las consecuencias de la violencia contra –los cuerpos de– las mujeres? Desde los feminismos materialistas se realiza una invitación a pensar en torno a las violencias, la protección y los cuerpos en clave planetaria. A través del concepto de “trans-corporealidad” se concibe un “replanteamiento radical del entorno físico y la existencia corporal humana permaneciendo atentas a las transferencias que se dan entre estas categorías”. En este sentido, la “transcorporalidad es una forma de posthumanismo que comienza en la corporalidad humana no reconocida, insistiendo en que lo que somos tanto como cuerpo como mente está inextricablemente interrelacionado con las sustancias, materialidades y fuerzas en circulación a lo largo del mundo” (Alaimo, 2018: 49). Así, no sólo la violencia contra los cuerpos disidentes, sino también contra la naturaleza y lo no humano, así como su capacidad de agencia en contextos de conflicto (Mac Ginty, 2017), cobra centralidad. Los ecofeminismos nos recuerdan, por su parte, cómo la humanidad utiliza también los territorios y su destrucción como arma. Si bien desde los feminismos materialistas y ecofeminismos se hace énfasis en las relaciones humanas con la naturaleza y con lo no humano, la IFP/FPR subraya que en los conflictos ciertos cuerpos específicos –mayoritariamente de las mujeres y otras disidencias sexuales– cobran centralidad a través de relaciones de género específicas en intersección con otras estructuras de poder, y por lo tanto, sigue siendo necesario no obviar estas relaciones.

Del activismo feminista a la diversidad de agencia. Una de las preocupaciones principales de la IFP/FPR ha sido el activismo de las mujeres y feminista en contextos de conflicto y posconflicto, en relación directa con la defensa de los derechos de las mujeres y otras identidades en las negociaciones de paz, los espacios de toma de decisiones, la reconstrucción posbélica, la construcción de paz y el desarrollo. El activismo ha sido también una preocupación central de los ecofeminismos –en su sentido más amplio, y pudiendo también introducir esta visión dentro de IFP/FPR–, en relación al activismo de las mujeres y/o feminista ante el cambio climático o la degradación medioambiental. Aquí, una de las principales contribuciones del denominado giro materialista se centra en la reconceptualización de la agencia, apuntando hacia la capacidad de agencia que tienen no sólo los sujetos, sino también los objetos o las entidades inanimadas (Bargués-Pedreny, la presente monografía; Coole, 2013). Tal y como afirma Eva Haifa Giraud, existen relaciones “imposibles de desenredar” (2019: 1), y aunque se trate de entrelazamientos complicados y enredados en sí, son también fuente de potencial ético-político, y por lo tanto, centrales para el activismo o la práctica etico-política. En este sentido, tal y como afirma Haifa Giraud, es indispensable enfocarse en las políticas de exclusión y su centralidad, y ver qué prácticas “se embargan cuando otras realidades enredadas se materializan” (2019: 2). Los feminismos, en general, se han fijado en las exclusiones y en las prácticas y agencias que se han marginado, y por lo tanto, nos recuerdan cómo estas exclusiones pueden acrecentarse en una situación de reformulación de agencias que supone el giro antropocéntrico. Así, la IFP/FPR nos recuerda constantemente la diversidad de exclusiones que se gestan en los contextos de conflicto, sea cual sea la naturaleza de éstos –y, por lo tanto, pudiendo localizar aquí también los numerosos conflictos que caracterizan al Antropoceno–, se ponga o no el foco única y exclusivamente en la humanidad o se amplíe éste a especies no humanas y materias no vivas.

Las paces. La definición de la paz es uno de los terrenos más contestados de los Estudios de Paz y Conflictos. Una de las principales contribuciones de la IFP/FPR es que la concepción tradicional de la paz se caracteriza por la violencia, y en efecto, en los espacios violentos pueden existir espacios de paz también. La paz no comienza cuando termina la violencia, sino que la violencia se extiende en tiempos de paz; de ahí el concepto feminista de continuación de la violencia (Cockburn, 2004). Se trata, en gran medida, de una concepción humanista en torno tanto a la violencia como a la paz. En este sentido, uno de los espacios de ampliación de la IFP/FPR lo constituye la idea de que la sostenibilidad de la paz y del planeta están intrínsecamente relacionadas, y que una paz justa debe tener en cuenta tanto una dimensión de género como los retos creados por la crisis climática (Cohn & Duncanson, 2020). Desde los ecofeminismos y desde el giro materialista se demanda poner atención a lo no humano y situar a la humanidad en una red de relaciones interconectadas, atendiendo a los diferentes privilegios y jerarquías de poder que, automáticamente, han reconocido características y espacios diferentes y diferenciados a identidades de género diferentes. En este sentido, las confluencias entre la IFP/FPR, los ecofeminismos y los feminismos materialistas ofrecen espacios para un análisis crítico sobre las relaciones patriarcales así como las violencias e hipotéticas paces que caracterizan éstas. En este sentido, y tal y como se ha mencionado anteriormente, el feminismo ha sido necesariamente antropocéntrico en su orientación, pese a que también se alerte de las posibles reticencias de algunas posiciones feministas ante el reposicionamiento de las mujeres en una nueva configuración de relaciones en las que lo no humano tiene tanta centralidad (Stevens et al. 2018: 11).

Representaciones diversas. En directa relación con el posible reposicionamiento de agencias y representaciones, en el contexto antropocéntrico, en el cual la especie humana defiende como territorio propio la tierra, los sistemas vivientes de la biosfera demandan también reconocimiento y representación en las políticas, más allá de los estados (Burke & Fishel, 2020: 35). En este sentido, la presencia requiere representación, una de las reivindicaciones principales de la IFP/FPR. Los esfuerzos se han dirigido, durante décadas, a la representación de las mujeres y otras identidades disientes en los espacios de poder y toma de decisiones, sobre todo en espacios de conflicto y posconflicto (tal y como se ha catalizado, aunque en menor medida en comparación con las reivindicaciones que llevan realizándose desde la década de 1990, a través de la agenda internacional sobre Mujeres, Paz y Seguridad). Más allá, abordar los conflictos desde un prisma ecológico y feminista conlleva, automáticamente, abordar cómo la construcción de paz contemporánea entiende tanto los conflictos como la propia paz desde un sentido radical y revolucionario. La concepción tradicional de la paz se centra en lo masculino y lo social, y por lo tanto, tal y como afirma Val Plumwood (2018), reproduce automáticamente la separación entre lo humano y lo no humano, lo público y lo privado, lo social y lo natural, resultando en la reproducción de la “hiperseparación” patriarcal de lo humano y la naturaleza.

Si bien desde la IFP/FPR se pueden realizar sendas contribuciones en torno al incremento de la conflictividad y el militarismo en el debate del denominado Antropoceno, estas contribuciones se sitúan en y beben de los argumentos ya realizados desde los ecofeminismos y desde el nuevo feminismo materialista. En este sentido, la diversidad de perspectivas no es una debilidad o un signo de desacuerdo interno, sino una fuente de enriquecimiento mutuo entre la IFP/FPR, los ecofeminismos y el nuevo feminismo materialista.

Conclusión: ante el entramado de la dominación

El objetivo de este texto ha sido realizar un acercamiento de la IFP/FPR al debate en torno al denominado Antropoceno, partiendo de la idea de que los aportes realizados desde los ecofeminismos y desde el denominado nuevo feminismo materialista no necesariamente se centran en el incremento de la conflictividad y el militarismo a nivel planetario. Así, se ha pretendido realizar un acercamiento hacia una visión de paz que, partiendo de y a través de la IFP/FPR, sea acorde con postulados ecofeministas y materialistas y responda, a su vez, a la urgencia planetaria en la que nos encontramos, la cual requiere prestar especial atención y cuidado al constante incremento de la conflictividad y el militarismo más allá de la humanidad, en relación también a lo natural, lo material, lo no humano.

Lo que desde los feminismos se lleva reivindicando desde hace décadas es el hecho de que un cambio sistémico, el cual se identifica central para el contexto antropocéntrico global en el que estamos inmersas, debe analizar y cuestionar “el poder y los privilegios que son parte inherente al sistema capitalista, que es patriarcal, clasista y racista”, ya que “pone en riesgo la vida en el planeta tal y como la conocemos”. En este sentido, es necesario reconocer a las mujeres y a las identidades disidentes como agentes políticos centrales de cambio (Nansen, 2019: 1257-4437). Tal y como afirma Caroline Lucas (2019), “el mismo paradigma, la misma mentalidad, la misma perspectiva del mundo que ha hecho que la humanidad destruyera el planeta es la que hace que las mujeres sean tratadas como el segundo sexo”. En efecto, la situación global actual caracterizada por el cambio climático, la creciente conflictividad, la globalización capitalista y los diversos sistemas de opresión sobre los cuales se construyen y permanecen estos ejes, así como las políticas planetarias que pretenden acatarla, “requieren de nuevas formas de pensar la relacionalidad[8]” (Glabau, 2017: 543), así como la propia mirada a través de la cual se observa el sistema donde se inserta esta relacionalidad. Definitivamente, si el giro antropocénico necesita poner atención más allá de la humanidad, pero debe también atender a cuestiones centrales como el sexo o el género, así como la reproducción de las relaciones de poder construidas sobre estas relaciones de poder. Tal y como afirma Vandana Shiva (2019), una de las precursoras del denominado ecofeminismo, “el desafío de comprender y defender el planeta, en el fondo, consiste en tratar de comprender que es la tierra y no el capital quien tiene la creatividad en última instancia”. Al fin y al cabo se trata, tal y como afirma Anna Tsing (2016), de una “tierra acechada por el hombre” bajo las estructuras de poder específicas. En este sentido, y a través de la vinculación de las tres posturas feministas en las que se ha centrado este texto, se pueden vislumbrar conexiones que se dirigen hacia la reconceptualización del giro antropocénico, y la centralidad de los conflictos y las guerras desde una perspectiva feminista.

Nota sobre la autora:

Itziar Mujika Chao es profesora del Departamento de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) e investigadora del Instituto Hegoa sobre Estudios de Desarrollo y Cooperación Internacional de la misma universidad. Correo electrónico: itziar.mujika@ehu.eus

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* Este trabajo se ha realizado dentro del marco del Grupo de Investigación sobre Seguridad Humana, Desarrollo Humano Local y Cooperación Internacional (IT1037-16) del Sistema Universitario Vasco, financiado por el Gobierno Vasco y catalogado como Grupo de Investigación de Categoría A.

[1]Haciendo referencia al concepto de man (hombre) y al androcentrismo que denota esta iniciativa en específico, pero también las perspectivas que, en general, se están adquiriendo a la hora de analizar este cambio de era, así como sus causas y consecuencias. Tal y como ella afirma, podría incluso denominarse como Northropocene (en relación al carácter occidental y del norte global que se percibe al respecto).

[2]Para una introducción en torno al desarrollo de las principales contribuciones de los feminismos ante el debate del Antropoceno, ver: de Cózar Escalante, 2019. 

[3]Sosteniéndose en Heráclito.

[4] La autora es consciente de los debates que puede suscitar utilizar la etiqueta de ecofeminista para aunar perspectivas tan dispares, sobre todo cuando dentro de la propia corriente ha habido posturas que se han desmarcado de esta etiqueta. La única razón para decantarse por esta opción es la falta de espacio. Para más información sobre los diferentes desmarcamientos dentro del ecofeminismo, ver entre otras: Thompson y MacGregor, 2017.

[5]Para una revisión más específica en torno al dualismo desde una perspectiva de género, ver por ejemplo: Mathews, 2017.

[6]Pese a que se pueda afirmar que el ecofeminismo tiene sus orígenes en el feminismo por la paz o pacifista (Bartlett, 2018; Thompson y MacGregor, 2017; Varney, 2018), durante las últimas décadas se puede apreciar un alejamiento del eje de los conflictos y la influencia que éstos tienen en la sostenibilidad del planeta y/o la violencia contra las mujeres.

[7]Para más información sobre la trayectoria de la investigación feminista por la paz ver: Wibben, 2021.

[8]La autora utiliza el concepto de relatedness.